Por Enrique
Pichón-Rivière y Ana Pampliega de Quiroga
Ginebra, 1907 –
Buenos Aires, 1977.
Psiquiatra, psicoanalista, poeta, periodista.
Fundador de la APA y luego de la Escuela de Psicología
Social.
Las circunstancias
de las vacaciones nos permite una primera aproximación al estudio de la
estructura social básica: la familia, que afronta en el ocio una situación de
cambio, en la que deposita sus esperanzas en una consolidación de los vínculos
que unen a sus miembros.
Es el momento en
que los roles institucionalizados, más o menos fijos durante el año, se
movilizan, observándose operativos desplazamientos de funciones de liderazgo,
intensamente deseados por todos. Las vacaciones significan la gran empresa
familiar, que concita las ilusiones y los ahorros del grupo. Se convierten en
una ideología que determina el estilo de vida. Esta nueva pauta de conducta se
atribuye a necesidades psíquicas y físicas, acompañadas por aspiraciones
relacionadas con el prestigio, el ascenso social, las nuevas amistades.
Pero una
interpretación más profunda señala que la motivación que subyace bajo estos
factores es el deseo de tomar distancia de una zona generadora de tensión: el
mundo del trabajo, con sus repercusiones en la economía familiar; la
planificación es insuficiente porque siempre parte de la negación de los
conflictos de la convivencia, de una paralización de las relaciones humanas que
comienzan a ser dificultosas. A partir de la elección del lugar de veraneo,
ésta se decide según motivos de orden social, económico y orgánico.
En la clase media,
la moda significa un factor de decisión, mientras que los veraneantes de clase
popular, especialmente los que siendo del interior han emigrado a las ciudades,
aprovechan esos días para retomar contactos con su tierra, comprobando por fin
que sus vínculos con su antiguo medio se han debilitado, quebrándose su
pertenencia. Ese retorno es vivido con angustia, pues los somete a la
evaluación de los que quedaron. La clase alta busca el aislamiento, explorando
nuevos lugares, que pronto son invadidos por la marea de la moda. La
determinación final significa el punto de partida de las decisiones que dividen
al grupo, en el que comienza a incubarse
un estado de tensión.
El carácter
matriarcal de nuestras familias se acentúa en la etapa de los preparativos
finales. La madre actúa como líder organizador y su rol se mantendrá hasta el
regreso. El padre, pese a la eventual supremacía que le da el manejo del
automóvil, es tratado como un niño más, ya que establece con su mujer una
relación de dependencia, se entrega a sus cuidados y delega en ella toda
autoridad. Sus planes de ocio están poblados de fantasías de descanso, pesca y
tiempo libre para dedicarse a cualquier hobby.
La ansiedad del
grupo, nacida de la acumulación de expectativas, y el miedo que acompaña a todo
cambio, crecen día a día y se hacen manifiestos en los preparativos de
equipaje. Los implementos se multiplican, como si olvidar algo significara
quedar desamparado frente a la nueva situación.
En el momento de
llegar, el proyecto previo es puesto a prueba, pues nunca es total la
coincidencia entre el hábitat esperado y el obtenido; el desajuste provoca
reacciones que pueden incluir el deseo de volver, pero la fuerza de la fantasía
edénica que los empujó a viajar los obliga a resignarse.
El grupo comienza a
desmembrarse lentamente; por incompatibilidad de aspiraciones de sus
integrantes, los dos extremos de la familia, niños y viejos, que no encuentran
una estructura operativa para su tiempo libre, se convierten en motivo de
conflicto. La idea de conquista amorosa es el objetivo de las vacaciones de los
más jóvenes. El clima de fiesta determina un debilitamiento de la censura y la
sexualidad tiende a aflorar con intensidad y descontrol. Esto obliga a los
padres a una vigilancia inquieta mientras los hijos se sienten crecer, viviendo
momentos importantes, en los que adquieren libertad y se integran en nuevos
grupos que ejercen sobre ellos más influencia que la familia.
El adolescente,
abocado a la tarea de seducción, en la que la ropa y el cuerpo desempeñan un
importante papel, se entrega a actitudes de rebeldía, y esta independencia
súbitamente alcanzada desencadena en los padres depresión y mal humor. Aparece
así el antagonismo entre las generaciones.
La esperanza de una
libertad total –ingrediente de la fantasía edénica- se ve contrastada por una
burocratización de las vacaciones, que se da en términos de horarios de hotel o
ritmo familiar. El encuadre rígido significa una nueva fuente de disensiones en
esa comunidad que se movilizó en busca de reposo y la armonía, lejos de las
preocupaciones cotidianas.
El aburrimiento se
insinúa al promediar la temporada, aburrimiento que nace de la falta de tarea
habitual, que –gratificadora o no- permite integrarse en el medio y canalizar
ansiedades que irrumpen con violencia en esas horas libres.
Para los adultos,
las vacaciones resultan una ocupación transitoria, con características de
monotonía y estereotipo.
La cultura de masas
es la responsable de esas frustración: al confundir planificación con modelos
rígidos, actúa así sobre las multitudes y distorsiona la espontaneidad del
ocio.
* En la tradición
inaugurada por George Simmel hace un siglo atrás, continuada después por
Ezequiel Martínez Estrada, Henri Lefebvre o Christian Ferrer, presentamos para
nuestra sección “Textos encontrados”, un ensayo escrito a cuatro manos entre
Enrique Pichón-Rivière y Ana Pampliega de Quiroga en 1966. El ensayo forma
parte de una suerte de trilogía publicada en el libro “Psicología de la vida
cotidiana”. Los otros dos ensayos son “Vacaciones: el retorno” y “Ocio y
vacaciones.” Otras reflexiones sobre el ocio pueden rastrearse en los libros
“Alternativas del ocio” de Edmundo González Llaca, y en “Con el sudor en la
frente. Argumentos para la sociedad del ocio”, una compilación que hizo Osvaldo
Baigorria de ensayos de Roland Barthes, Betrand Russell, Robert Louis
Stevenson, August Heckcsher, Roberto Art, Peter Handke y Chuang-Tzu.